La alternativa del Diablo

La alternativa del Diablo

La situación política para el gobierno es parecida a la que se da en el libro de Frederick Forsyth, del que tomo el título para este artículo. En el libro de Forsyth, el presidente de los EE.UU. ha de elegir entre una opción mala y otra peor: evitar que unos terroristas hundan un petrolero que han secuestrado en el Mar del Norte, lo que supondría la peor catástrofe ecológica de la historia de Europa, o provocar la invasión soviética de Europa Occidental.

Nuestra economía sobrevive cada vez más deteriorada y con respiración asistida. La proporción de población activa con empleo está en mínimos. Aunque los ERTE son un potente sedante, la campaña de turismo de Semana Santa está ya perdida y los indicadores de confianza en la economía, como la compra de automóviles o de vivienda, caen de forma importante. Si las vacunaciones en toda Europa no aceleran en las próximas semanas y se pierde la campaña turística de verano, el desgaste económico, centrado sobre el sector turismo pero que se extiende hacia el resto de la economía, puede hacer que muchas empresas agoten su capacidad de resistencia.

El gobierno de Sánchez se enfrenta a una importante encrucijada para afrontar esta situación. Una alternativa es echarse, aún más, en los brazos de Europa y confiar en el efecto salvador de los fondos de ayuda europeos, de los que el gobierno aspira a recibir 140.000 millones de euros. El problema, obviamente, es la etiqueta del precio político que traen consigo: las consabidas reformas económicas exigidas por la Unión Europea (a realizar ex ante, claro, pues la Unión hará como dicen los carteles en tantos bares: “hoy no se fía, mañana sí”). La Unión Europea va a reclamar una serie de reformas muy impopulares, como la de las pensiones y la laboral, una vez que los bancos parecen estar ya saneados. El impacto en la valoración política del gobierno actual será brutal, tras dispersarse el espejismo de que todo va bien y que lo importante son las leyes sobre la transexualidad y la ubicación de la sepultura del último dictador que ha tenido España.

La otra alternativa es una defensa numantina de las políticas de gasto, negarse a realizar ninguna reforma estructural y explicar a nuestros socios europeos que somos “too big to fail”, con implicaciones mucho más graves para la Unión que las del caso griego, y convertirnos en el enfermo oficial de Europa. Sin embargo, a estas alturas del partido, cuando el Banco Central Europeo tiene la friolera de casi el 28% del total de la deuda pública española en su poder, es muy sencillo infligir un dolor no letal, simplemente a través de pausar las nuevas compras de deuda unas pocas semanas, cada vez que el enfermo se niegue a tomar la medicina reformista. Todo eso me hace pronosticar poca capacidad de defensa por parte del paciente (recuerden dónde terminó el sonoro “oxí” – no – del referéndum griego sobre las reformas). La subida de los spreads sería demasiado dolorosa para todas las empresas y los bancos, de forma inmediata. Además, la probable conversión de Italia en un nuevo alumno aventajado de las reformas, bajo la batuta de “Super-Mario” Draghi, nos dejaría más aislados si cabe.

No obstante, la verdadera alternativa del Diablo es la que afronta Pablo Iglesias. Tal y como yo lo veo, está enrolado de fogonero en el tren del maquinista Sánchez. Tiene buena vista y, entre palada y palada de carbón, ha visto que el puente de la resistencia que cruza el barranco de las reformas se ha caído. El tren cada vez va más deprisa y al lado de las vías solo se ve el duro balasto. Sánchez está comprometido con el tren, pues, al fin y al cabo, lo puso en marcha, y se hundirá con él como lo hizo Zapatero.

La primera alternativa para Pablo Iglesias es aguantar a ultranza, ponerse el cinturón en el coche (coches, por lo que parece) oficial y caer por el precipicio. Buscar un asiento en el Consejo de Estado para pagar la hipoteca de la dacha de Galapagar y contar a sus hijos historietas del 15-M o aquello de que “contra el BCE se vivía mejor”, al amor de la lumbre o refrescándose con el agua de la tinaja-fuente de su piscina.

La segunda es tomar conciencia de que necesita lanzarse del tren en marcha, a pesar de las más que probables magulladuras. Explicar al elector/a de izquierdas que no salió antes del gobierno por responsabilidad, pero dedicarse inmediatamente a incendiar las calles, bajo el grito de “no entré en el gobierno para claudicar ante el diktat del capital europeo”, y endosar todo el coste político de las reformas más impopulares al maquinista Sánchez. El riesgo es más evidente: abandonar la poltrona siempre da vértigo, especialmente cuando el lucro cesante es realmente alto: dos sueldos de ministro, niñera y vigilancia de la dacha a cargo del Estado, por solo mencionar unas pocas prebendas.

Si Iglesias es capaz de vender el relato de que salió del gobierno para no firmar las más que necesarias medidas de ajuste, puede acariciar la idea de recuperar el concepto de sorpasso en la izquierda. La clave puede estar, como casi siempre en política, en la adecuada elección de los tiempos. Lanzarse del tren antes de tiempo, además del frío que hace en la calle al volver a su menguante formación política en muchas partes de España, podría permitir a Sánchez redireccionar el tiro de artillería política y mediática hacia sus posiciones. Aguantar demasiado atornillado a la poltrona haría imposible desvincularse de las decisiones del gobierno, de las que es participe en la actualidad. Sería como tirarse del tren pero que la inercia te arrastre de igual manera barranco abajo.

Preveo que el verano del año próximo Iglesias, su señora y el resto de ministros estarán dimitiendo de sus cargos (con gran pena de su corazón) para tratar de ganar la batalla del relato en la calle. Cualquiera podría pensar que lo que está ocurriendo estos días, después de la detención del rapero Pablo Rivadulla, conocido artísticamente como Pablo Hasel, es un ensayo o un preámbulo. ¿Qué creen ustedes que hará?

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