Lo que va de GameStop a Game over

Lo que va de GameStop a Game over

Es posible que estén al tanto de las convulsiones en el mercado de valores estos últimos días, fundamentalmente en Estados Unidos. Para algunos, es una “Rebelión en la granja” orwelliana en toda regla, con lo que coincido totalmente, como les trataré de argumentar.

Repasemos someramente los hechos. Durante diciembre y, especialmente, enero, una serie de personas estuvieron lanzando mensajes en foros de Internet animando a inversores minoristas a invertir en determinadas empresas (sobre todo, en AMC, Blackberry y de modo destacado en una llamada GameStop). Lo habitual en el mundo de la inversión es dirigirla a empresas que, se supone, tienen prometedoras perspectivas y con las que se puede ganar dinero. En este caso, sin embargo, era todo lo contrario: se animaba a invertir en empresas que pasaban (y pasan) por grandes apuros económicos.

El motivo del llamamiento era que algunos inversores bajistas de Wall Street habían identificado esas empresas, en particular, como objetivo. Recordemos brevemente cómo funcionan los inversores bajistas: “alquilan” acciones a los propietarios (normalmente brokers o grandes propietarios estables) y luego las venden en el mercado, prometiendo devolverlas a los propietarios en un determinado plazo. Si realmente la empresa tiene un mal desempeño, el precio de las acciones bajará y los bajistas podrán recomprarlas y devolverlas al comprador original a un precio menor, con lo que obtienen un beneficio.

El esquema funciona muy bien, excepto cuando el precio de la acción sube. En ese caso, los vendedores a corto (los bajistas) tienen un verdadero problema, porque sus pérdidas pueden ser muy altas y deben recomprar las acciones vendidas al precio que sea, para poder devolverlas y cortar la hemorragia de sus pérdidas (lo que en el mercado financiero se denomina un “short squeeze”).

 Al igual que los bajistas crean una tendencia, aumentando la oferta de acciones al venderlas al principio del proceso antes mencionado, también pueden contribuir al efecto contrario, es decir, echar gasolina al mercado alcista cuando se han equivocado. Esto hace de la inversión a corto un negocio muy especializado y de altísimo riesgo. Especialmente, porque, al igual que los inversores al alza, los bajistas deben declarar qué posiciones tienen a la baja por encima de un nivel en cualquier empresa, lo que facilita su identificación.

Lo que hicieron los foreros fue adquirir e instigar a otros a adquirir en masa opciones de compra sobre unos valores bajo presión bajista. Esas opciones significan un derecho a comprar una concreta acción a un precio prefijado en una fecha determinada. Por lo tanto, si el precio real en la fecha definida es superior al precio prefijado, quien adquirió la opción obtiene un beneficio. El vendedor de ese derecho queda, en teoría, expuesto a una gran pérdida si efectivamente el precio de la acción sube, y por lo tanto lo que hace a renglón seguido de vender las opciones es… comprar esas acciones. Al tenerlas, mitiga el riesgo de tener que pagar mucho por la opción que vendió cuando esa opción cumpla su fecha de vencimiento. El efecto de esa compra es el que ustedes ya han adivinado, hacer subir el precio de la acción sobre la que se especula. Una ventaja de las opciones es que no requieren el desembolso completo del dinero que requeriría la compra de una acción en efectivo. En realidad, a veces la cantidad involucrada puede ser realmente pequeña, si el precio de conversión es mayor que el actual, pero el efecto es el mismo. Este efecto de compra indirecta, aunado al apalancamiento que proporciona un desembolso bajo, fue la combinación que hizo “saltar la banca” para algunos vendedores a corto.

Hasta aquí la bonita historia que han tratado de vendernos sería la de una horda de pequeños Davides que tumbó a los Goliaths de Wall Street, o la de los animales de la granja que lograron expulsar al granjero, si nos ponemos más orwellianos. Para mí, en este caso la fábula se adapta mejor a las circunstancias, porque los que sustituyeron al granjero se comportaron como auténticos porcinos de Orwell.

En el fragor de la batalla, los miembros del foro llamaban a seguir la lucha contra los grandes fondos de inversión bajistas en la Bolsa de Nueva York. Algunos rebeldes (ignoramos sin con causa o sin ella) advertían a Wall Street en sus foros: “Es una guerra de clases, estoy dispuesto a perder”. La realidad es que, mientras los instigadores de la operación exclamaban “¡Aguantad!” a quienes fueron atraídos con la promesa de un enriquecimiento rápido (pensando que, además, lo lograrían a costa de ese demonio favorito de nuestra sociedad que es Wall Street), ellos cerraban sus posiciones, asegurándose unas fenomenales ganancias.

El descenso desde los máximos alcanzados durante unos días en las empresas antes mencionadas es del orden del 90%. Los que compraron opciones o acciones en efectivo cuando la ola estaba subiendo han perdido prácticamente todo y la SEC (CNMV americana) y otros reguladores buscan ya a los culpables de esta manipulación del mercado.

No han sido pocos los que inmediatamente han alzado la voz, aludiendo a la bisoñez como inversores de muchas personas de la generación millenial que han usado unas aplicaciones y brokers orientados a la mera ejecución de operaciones, sin ningún tipo de asesoramiento ni salvaguarda en su diseño. Esas aplicaciones y brokers facilitan la compra y venta de acciones asemejando el proceso más al de una apuesta que al de la inversión.

En el centro de toda esta polémica se encuentran una serie de empresas de compra y venta de valores que han revolucionado el sector de la inversión en Estados Unidos. En especial, una llamada Robinhood (en un claro intento de ubicarse bajo el disfraz de los ciudadanos anónimos y empobrecidos en este impúdico relato de Wall Street contra el pueblo).

Esta empresa comenzó ofreciendo a sus clientes lo impensable, la compra venta de valores sin costes. Atrajo así a millones de pequeños inversores norteamericanos a la panacea de la inversión sin el gravoso peaje de pasar por Wall Street y por todos sus comisionistas. Durante la convulsión de mercado, Robinhood necesitó un incremento de capital de 2,000 millones de dólares. Una app que solo hace trasladar operaciones a los brokers no necesita capital para operar, más allá de pagar los salarios de los empleados, por lo que la única respuesta posible es que, en realidad, estaba tomando posiciones en los mercados, casi seguro que contrarias a las que tomaban sus clientes, sin decir ni alubia.

Continuando con los porcinos, uno de los aforismos de Internet que más me gusta es el que vi hace muchos años en la presentación de un consultor. Era una imagen de dos cerdos que charlan en una granja, de los que uno le decía a otro: “me encanta esta granja, hay una buena charca, la paja es mullida y hasta la comida es gratis”. Debajo rezaba: “en Internet, si no pagas por el producto, tú eres el producto”. Literalmente. Durante 2020, Robinhood y otra serie de brokers orientados a clientes minoristas recibieron más de tres mil millones en pago por empresas de trading para que las operaciones se realizaran a través de ellos, en vez de ir a los mercados abiertos. No sé si conocen ustedes los esteros gaditanos de los que salen unas riquísimas lubinas y doradas, pero se pueden imaginar que en ellos las operaciones de compraventa no reciben tan buen precio como en el mar abierto de la bolsa. Con Robinhoods como estos, no hacen falta muchos sheriffs de Notingham…

Me gustaría hacer hincapié en el hecho de que todo este happening financiero (creo que no ha llegado a burbuja) ha sucedido en un mercado altamente regulado, como es el de las acciones y los derivados de las mismas. Piensen ahora lo que puede estar pasando en el salvaje oeste de las criptomonedas, un entorno que, por la falta de regulación y su opacidad, parece diseñado para abusar del incauto.

Les recuerdo (de nuevo) lo que decía el capitán Furillo de la serie “Canción triste de Hill Street”: Cuidado ahí fuera.

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