El aforismo romano “pan y circo” fue ideado por Juvenal para referirse a la táctica de ciertos emperadores de emplear el trigo y el ocio como elemento de distracción para alejar al pueblo de la política. En España se versionó en el siglo XIX para crear el “pan y toros”, concepto que ha perdido vigencia y ha quedado anticuado; hoy en día hemos retornado al “pan y circo”, con un sentido diferente al que le otorgaban los romanos. Precisamente sobre ambas locuciones versa mi exposición, concretamente sobre su actualidad y sus interrelaciones.

Con el pretexto del “pan y toros”, comenzaré realizando una pequeña reflexión sobre el estado de la fiesta nacional. La Tauromaquia, la fiesta más culta del mundo según García Lorca, es un ejemplo de cómo el mercado puede llegar a dominar la tradición de mayor raigambre de la nación. La fiesta nacional vive hoy día dominada por una élite compuesta por los que se hacen llamar figuras, que llenan las plazas del ruedo ibérico, además de gente, de toros ayunos de todo aquello que debe exigírsele a una res brava: trapío, fuerza y casta. Bóvidos pertenecientes a lo que los aficionados más puristas vienen a llamar el monoencaste o el encaste bodeguero, que no es otro que el Domecq. Procedencia que ocupa casi el 90% de las ganaderías de la cabaña brava nacional, empujado por el poder del mercado, lo que ha llevado a arrinconar al resto de encastes, llegando algunos de ellos a la extinción, a pesar de que están protegidos por la normativa gubernamental. En el mundo del toreo no dominan ya ni los empresarios, ni los ganaderos, ni siquiera los propios toreros: manda el figureo reinante, porque es el que llena (más o menos) las plazas. ¿De público o de aficionados? Solo con ver la ruina de la mayoría de las plazas de segunda y tercera categoría podemos comprender que los aficionados huyeron despavoridos tiempo ha.

De otro lado están las plazas del sur de Francia, con una receta muy simple: ganaderías variadas de todos los encastes, toreros modestos (figuras también, evidentemente), plazas llenas (de aficionados además). Hasta en la llamada fiesta nacional nos imparte lecciones el país vecino, constituyendo éste el ejemplo a seguir, difícil de exportar a todas las plazas españolas. Por eso, son las figuras las que deben dar el paso para que vuelva la emoción a los ruedos nacionales. Emoción en forma de integridad en el toro, rey en solitario de la fiesta.

Esto en cuanto a lo que queda del “pan y toros”. Actualmente podríamos hablar de “pan y fútbol”, pero en el resto del artículo me voy a dedicar a hablar de la vuelta al “pan y circo”, con un concepto diferente al empleado por los romanos, pues, mientras los emperadores lo usaban para distraer al pueblo llano, hoy se utiliza como instrumento para, aparte de distraer, conseguir ciertos fines ideológicos.

En esta época de escraches, asaltos, huelgas, jolgorios y tertulias televisivas de figuritas del papel cuché, del abrigo Cardigan de Bárcenas a la camiseta de serigrafía de Colau hay una distancia, no tan sideral como se piensa, entre la que conviven muchas Españas, aunque exista diferencia entre montar el circo y que te monten el circo, no respectivamente. La cantinela circense a la que nos hemos acostumbrado a falta del pan nuestro de cada día me lleva a pensar que el tradicional antagonismo derecha-izquierda (o izquierda-derecha) ha quedado antiguo, y que convendría estudiar la respuesta del presidente americano Lyndon Johnson, cuando le preguntaron por qué mantenía en el puesto a Edgar Hoover, a lo que respondió que “es mejor tenerlo dentro de la tienda meando hacia fuera que fuera de la tienda meando hacia dentro.”

En este país de dicotomías, hay dos clases de personas: las que están dentro de la tienda y las que están fuera. Personas con ideas contrapuestas que se turnan y cambian sus puestos en función de cada legislatura, y que deciden darse la lata mutuamente, con el fin de volver a entrar en el establecimiento. Las maneras de acceder son variadas, estando de moda aquellas que consisten en montar la carpa del circo, con el objetivo de que cuando el pueblo llano encienda la televisión, pueda ver al payaso de turno, al trapecista o al domador de fieras abriendo los informativos. Si bien es cierto que sus consignas y sus planteamientos pueden ser perfectamente legítimos, sobre todo en la situación económica actual; no así los medios, que, visto lo visto, seguramente sean objeto de asombro o carcajada, según se mire. Pues a eso va uno al circo.

Los que están dentro de la tienda y los que están fuera. Dentro de cada grupo, habrá quienes pretendan integrarse en facciones (gusta llamarlas plataformas) para distinguirse de sus propios camaradas, alegando que no están a favor ni se sienten representados por unos ni por otros, vistiendo camisetas de colores distintos, o realizando actividades comunales para crear una imagen de grupo. Incluso habrá algunos que quieran cargarse la tienda (o montar su chiringuito). Algo similar a aquella escena de la película “La Vida de Brian” en la que los militantes del Frente Popular de Judea discuten acerca de si su enemigo verdadero, aparte de los romanos, es el Frente Judaico Popular, el Frente del Pueblo Judío, o Frente del Pueblo Judaico. El objetivo es siempre el mismo: ostentar el poder que ahora ocupa el contrario.

Cierto es que hemos de incluir la figura de los clientes, que se correspondería con la de la sociedad en general. Y la del tendero, que sería el que los atiende, el que siempre está en la tienda. Su lema sería parecido a aquello que Franco dijo al redactor de la revista Arriba: “Usted haga como yo y no se meta en política”. Complementado con las palabras de Marx (Groucho): “Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Porque al tendero lo que le interesa es que haya gente en el establecimiento para que no se le fastidie el negocio. ¿A qué estamento podría asemejarse la figura del abacero? Échenle imaginación, pues la respuesta es abierta.

Esto de la tienda, como podrán comprender, es una teoría fruto de la divagación y de la guasa. Comparar el Estado de Derecho con un bazar, por mucho que a veces se asemejen, es un símil un tanto cínico. Por ello, cuando me refiero a los ya tantas veces nombrados circos, lo que intento es descalificar a todos aquellos que critican el sistema, las leyes, el gobierno o la Constitución, montando el numerito por la simple razón de que no actúan como a ellos gustaría. Y seguramente muchos ciudadanos están descontentos con estas instituciones, pero habrán de entender, por muy difícil que parezca, que los que en ellas trabajan lo hacen por el bien del conjunto de los españoles (esto no es fruto de la guasa). Para que el tenderete siga funcionando.

Después de leer el párrafo anterior creo que la comparación no está tan desencaminada como pensaba, pero en fin. Las conclusiones a las que se pueden llegar tras comprobar el estado de la fiesta de los toros conjuntamente con el de la sociedad a través de la evolución del aforismo romano pueden resumirse en una sola: a pesar de haber devaluado a los elementos principales  (toro e instituciones), tanto la tauromaquia como la democracia continúan, de aquella manera, pero ahí siguen. Y la segunda, pese a que el juego del sufragio se vea adulterado por la acción de ciertos sectores que pretenden imponerse al margen de las urnas, con medios tendentes a conseguir abrir los informativos y a ocupar las portadas de los periódicos, sin ofertar soluciones válidas y con un ideario que no pasa de la crítica populista.

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