Transeúnte de la política. Un filósofo en las Cortes Generales
Manuel Cruz
Taurus
Cualquiera que muestre un mínimo interés por el mundo que le rodea advertirá con facilidad que el Congreso de los Diputados (y, por extensión, casi toda la política) se ha convertido en un gigantesco plató de televisión, cuyo único y recurrente programa se centra en un constante debate entre tertulianos.
En efecto, son muchas las sesiones parlamentarias en las que la razón ha huido o ha sido expulsada de la arena política, sustituida por la verborrea, la charlatanería y el propósito de “epatar” al espectador con frases grandilocuentes, pero vacías. Prima lo emocional, lo visceral. Cuestiones complejísimas y con innumerables matices quedan reducidas a eslóganes o a ideas de una simplicidad hueca.
Sería fácil acusar a los políticos de esta deriva, pero los verdaderos responsables últimos de este fenómeno somos nosotros, es decir, la sociedad que se ha dejado embaucar por cantos de sirena y ha hecho suyo este lenguaje, entre zafio y ramplón, que todo lo embarra.
Una de las consecuencias de esta simplificación del debate político es su polarización. Todo ha quedado reducido a “conmigo o contra mí” y quien no piense como yo está equivocado. El denostado bipartidismo ha dado paso a un sistema de bloques mucho más cerrado que el sistema anterior: en este, las discusiones internas y externas sobre determinados temas eran muy intensas; ahora, en cambio, el cierre de filas es sorprendente, la crítica aniquilada y la mínima discrepancia puede conducir al ostracismo a su autor. ¡Cuidado con quien se salga del argumentario!
Esta situación, que al final se traslada al resto de la vida política, implica la imposibilidad de llegar a cualquier entendimiento, pues pactar con quien no opina igual que yo acaba viéndose como una cesión al adversario, de funestas consecuencias.
Por fortuna, en este desolador escenario todavía quedan pequeñas esperanzas, todavía hay quien se resiste a claudicar. Entre los escasos “políticos” que consideran que la razón ha de prevalecer sobre el sentimiento se halla Manuel Cruz, presidente del Senado en la anterior y brevísima legislatura y miembro del PSOE. Su obra Transeúnte de la política. Un filósofo en las Cortes Generales* ofrece una visión distinta a la que estamos acostumbrados. En ella impera la reflexión y el sentido común. Se podrá estar de acuerdo o no con afirmaciones, pero nadie puede poner en duda su interés y la inteligencia de sus razonamientos.
La obra se articula en tres partes: la primera disecciona los acontecimientos más importantes de los últimos años, con especial atención a la aparición de las nuevas formaciones políticas y al desafío independentista. La segunda es un diario sobre el tiempo que Manuel Cruz presidió el Senado. Y en la última, la más breve de las tres, se lleva a cabo una síntesis sobre dónde estamos y qué hemos de hacer para encauzar, si todavía es posible, la situación.
Llama poderosamente la atención la ácida y severa crítica que el autor hace de los actuales aliados del gobierno socialista. Las invectivas que lanza contra Podemos y Pablo Iglesias son, cuando menos, sorprendentes, viniendo de donde vienen. Merece la pena detenerse en esas páginas, porque sacan a relucir todas las contradicciones y carencias del mensaje de Podemos y de sus círculos allegados. Por no hablar de cómo desmonta el argumentario soberanista catalán y reduce a pueriles aspiraciones las pretensiones de la clase política independentista. Gran parte del libro está dedicada a este último propósito. Conocedor de los entresijos de la política en Cataluña, su ataque es demoledor y no deja, como se suele decir, títere sin cabeza.
Es paradójico el esfuerzo del autor para quitarse de encima la etiqueta de político. La insistencia por reivindicar su condición de filósofo en las primeras páginas del libro puede aparecer como algo aparatosa y sobrecargada. Quizás ese propósito de analizar con espíritu crítico y con cierto formalismo la situación política provoca que su dietario pierda algo de frescura. Su paso por la presidencia del Senado podía haberse narrado con más viveza, frente a la visión aséptica que contiene la obra. Las anécdotas escasean y el tono resulta, a veces, demasiado funcionarial. Es cierto que su trayectoria la Cámara Alta fue fugaz, pero da la sensación de que hemos perdido la oportunidad de adentrarnos en los entresijos de una institución apenas conocida (y peor valorada) por el gran público.
A modo de conclusión diremos que, en los tiempos que corren, se agradece la lectura de una contribución inteligente y sosegada como la de Manuel Cruz. Sin ser un trabajo revolucionario que ofrezca explicaciones sorprendentemente novedosas, su visión serena, mordaz y formada nos ofrece una descripción muy ajustada del desolador panorama de la actual política española y de los riesgos que corre nuestra democracia. Son muy necesarias estas voces en tiempos de tanta cacofonía.
*Publicado por Taurus, septiembre 2020.