De archivos, pleitos y monedas de plata

De archivos, pleitos y monedas de plata

No es frecuente que los pleitos se prolonguen casi quinientos años ni que se resuelvan sobre la base de documentos y legajos que yacen en los archivos desde hace varios siglos. Ambas cosas, sin embargo, ocurren en ocasiones y de ellas se suelen hacer eco los historiadores-juristas o los juristas-historiadores, para alegría de unos y otros.

En manos de Orión han caído recientemente dos libros que constituyen ejemplos ilustres de ambas realidades. Los dos dan cuenta de cómo la paciente labor de búsqueda en los archivos históricos ha propiciado la solución de los correspondientes litigios. Lo que significa a la vez un reconocimiento y un elogio de nuestros archivos, de quienes los cuidan y, sobre todo, de quienes bucean en ellos para desentrañar los secretos que ocultan. En la sentencia que pone fin a uno de aquellos procesos se puede leer una frase que debería enorgullecernos: “La riqueza documental de los archivos españoles ha permitido encontrar testimonios de la controversia desde 1518”. 

El primero de los libros se titula “Los hitos de un histórico conflicto territorial entre Cantabria y el País Vasco”. Escrito por el catedrático de Historia del Derecho Juan Baró Pazos y publicado en Santander en el año 2010, en él se describe el curso de las que la sentencia dictada por el Tribunal Supremo el 9 de abril de 2008, dirimente de aquel conflicto, califica como desavenencias centenarias a lo largo de cinco siglos “[…]entre los vecinos de los concejos de Mioño, Ontón, Otañes, Sámano y Santullán (esto es, de los integrantes de la antigua Junta de Sámano, en Cantabria), por un lado, y los del Valle de Trucíos en las Encartaciones de Vizcaya, por otro, […] sobre los límites territoriales correspondientes a una parte de los montes de Agüera, que en la actualidad disputan los Ayuntamientos de Guriezo (Cantabria) y Trucíos (Vizcaya).” El litigio implicaba establecer asimismo la línea divisoria entre las referidas provincias y, en esa misma medida, entre las dos Comunidades Autónomas colindantes.

El Tribunal Supremo afirmaba en la sentencia que “la continuidad histórica del pleito es patente si se considera que los hitos sobre los que se han basado tanto la Orden de deslinde de 2003 como la sentencia de la Audiencia Nacional que la anula, de 2005, se remontan bien a una sentencia de 15 de marzo de 1532 […] ejecutoriada el 22 de mayo de 1552, bien al deslinde practicado en 1739 a consecuencia de una Real Cédula de Felipe V, bien al deslinde asimismo practicado en 1852 por Real Orden de Isabel II.”

La decisión final del pleito se construye sobre la base de, y gracias a, los documentos históricos pacientemente recopilados en nuestros archivos, muchos de ellos de la Real Chancillería de Valladolid, afortunadamente conservados y traídos al proceso después de una acertada y profesional búsqueda. De ellos me permito destacar el que transcribe la propia sentencia para recordar cómo resolvían los jueces de apelación de Valladolid en 1549: «Juan de Aguilar, Juez de Comysion de Sus Magestades, que deste pleyto conozció en la sentencia definytiva que en él se dió y pronunçió, de que por parte del dicho Valle de Turcíos fue apelado, juzgó y pronunçió vien y el dicho Valle de Turçíos apeló mal«. Con esta sencilla –y hoy añorada- fórmula, sin más, el Presidente y los Oidores de Valladolid confirmaban el juicio y la sentencia del juez de primera instancia.

El segundo y aún más reciente (2013) libro lleva por título El litigio por el pecio de la fragata Mercedes. Razones históricas de España. Escrito por Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, especialista en la historia naval de España, comandante de Infantería de Marina y académico de la Real Academia de la Historia, deja en el ánimo del lector una sensación de trabajo bien hecho, el que condujo al éxito en la reivindicación española de que volviese a nuestro país el tesoro que, procedente del Perú y sacado a flote siglos después por la empresa norteamericana Odissey Marine Exploration Inc, yacía en aguas del golfo de Cádiz, frente a la costa portuguesa de Faro, desde que la fragata de guerra “Nuestra Señora de las Mercedes” fue hundida en el enfrentamiento con la flota inglesa el 5 de octubre de 1804.

El libro presenta, como si fuera un apasionante guión cinematográfico, tres escenarios temporal y objetivamente distanciados. En el primero asistimos al descubrimiento del pecio (restos del naufragio) que en el año 2007 realiza la empresa norteamericana de cazatesoros submarinos, obtenido en buena parte gracias a la ayuda inestimable de los datos históricos que algunos investigadores a su servicio obtuvieron en el Archivo de Indias sevillano.

El relato del “segundo escenario” es un prodigio de precisión y rigor históricos. A la vez que nos sitúa en medio del conflicto que enfrenta a la Francia napoleónica con la Inglaterra triunfante en los mares, describe el papel de una España más o menos “neutral” tras el Tratado de Amiens de 1802, y narra con toda precisión, como si se tratara de un reportaje periodístico, las vicisitudes de la travesía de la flotilla de guerra que saldría del Ferrol  para dirigirse a Lima y traer desde allí “los caudales que hay prontos en aquella América”.  De nuevo las fuentes documentales de varios archivos y bibliotecas españolas (singularmente, en este punto, las procedentes de una colección privada de manuscritos legada a la propia Real Academia de la Historia) han permitido hacer un seguimiento exhaustivo de los preparativos y la realización de aquella travesía, a la ida y a la vuelta, y de sus protagonistas principales.

Al final de la travesía, cuando faltaba sólo un día para que la flotilla procedente de los virreinatos del Perú y del Río de la Plata arribase al puerto de Cádiz con su preciado cargamento, la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes” “voló en pleno combate mantenido contra otra división naval inglesa, igual en número pero muy superior en potencia naval”, nos cuenta el autor del libro de nuevo con todo lujo de detalles (obtenidos principalmente de la relación del combate que hizo uno de los marinos sobrevivientes, Miguel Zapiain, y que también se conserva en la Real Academia de la Historia). La narración describe, a modo de cuaderno de bitácora, el inesperado ataque de la Armada inglesa, teóricamente en paz con España, a nuestras naves en la mañana de aquel fatídico 5 de octubre de 1804, justo un año y pocos días antes de la batalla de Trafalgar.

Quienes hayan disfrutado viendo la película Masters and Comanders (2003) recordarán cómo la acción bélica en ella reflejada transcurre precisamente en 1805, sólo un año después del hundimiento de “La Mercedes”, y en el curso de la misma contienda que enfrentaba la Francia napoleónica a la ya entonces primera potencia naval del mundo, con España por medio. La batalla naval de 1804 frente a las costas del Algarve, en el curso de la cual la santabárbara de “La Mercedes” fue alcanzada por un proyectil inglés, seguramente no sería muy distinta de la que nos ofrece Peter Weir, el director de la película. Viendo las imágenes de la HMS Surprise, la fragata inglesa que en el film surca el Atlántico y después el Pacífico a la caza del navío de guerra francés Acheron, al que finalmente hunde, podemos imaginar lo que fue el combate en el golfo de Cádiz.

El tercer escenario del libro transcurre en la sala de juicios de un tribunal norteamericano, la United States District Court, Middle District of Florida, Tampa Division, ante el que se suscitó en el año 2008 el litigio sobre la propiedad y la devolución del tesoro que traía desde América la fragata “Mercedes” y que con ella se hundió. El debate procesal –una verdadera “battle of experts” en derecho e historia naval y en localización de documentos sepultados en nuestros archivos- tenía como ejes la identificación de los restos hallados en cuanto pertenecientes a la “Mercedes” y la controversia sobre el carácter militar (para España) o meramente comercial (para Odissey) de la fragata. Se impusieron las “razones históricas de España”, por emplear la hermosa expresión con que O’Donnell encabeza su obra, y el tesoro de la “Mercedes” llegó finalmente a su destino con un leve retraso de sólo doscientos ocho años.

No deja de ser significativo –y quizás alguien lo advirtiera- que la sede del tribunal norteamericano donde se dirimió el litigio se encontrara cerca de la costa que un español, entonces gobernador de Puerto Rico, de nombre Juan Ponce de León, descubrió hace ahora quinientos años tras salir de la isla caribeña y arribar con tres barcos a una nueva tierra el domingo de Resurrección de 1513, fecha de la Pascua Florida con cuyo nombre bautizó a la península recién descubierta. El honorable Steven D. Merriday, juez a cargo del tribunal de Tampa, Florida, que finalmente rechazó las pretensiones de la empresa cazatesoros Odissey, no sólo aplicó en su sentencia las leyes del derecho internacional sino también hizo justicia a la historia, tanto a la historia de su propio país como a la historia de las expediciones navales de España hacia y desde América. Posiblemente nada de ello hubiera sido posible –como tampoco el descubrimiento del pecio de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes”- sin la existencia de unos archivos históricos mucho más valiosos que las 17 toneladas de plata, acuñada en 594.000 monedas, que se pudieron recuperar de aquél.

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

ÚLTIMOS ARTÍCULOS

SECCIONES

Suscríbete a nuestro boletín

Sé el primero en recibir nuestros contenidos.

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

ÚLTIMOS ARTÍCULOS

SECCIONES

Suscríbete a nuestro boletín

Sé el primero en recibir nuestros contenidos.