Superar la crisis urbanística

Superar la crisis urbanística

El uso constante del whatsapp y la permanente conexión a Internet a través de los smartphones están teniendo importantes consecuencias en muchas de las facetas de nuestras vidas. Así por ejemplo, está estudiado que el uso de las aplicaciones móviles transforma nuestro rendimiento laboral, nuestra capacidad de relacionarnos con los demás e incluso nuestras facultades de concentración, lectura, estudio, etc. Otra de las consecuencias se produce en la forma en la que interactuamos con lo que nos rodea en el espacio público. Y no, no me refiero a que ha aumentado el riesgo de sufrir un accidente de tráfico por el uso del whatsapp, sino a la forma con la que nos relacionamos con nuestro entorno más inmediato: la ciudad. Dado que en los traslados a pie, coche o transporte público se utilizan cada vez más los móviles inteligentes y a que sus pantallas absorben casi completamente nuestro campo visual, estamos perdiendo progresivamente la capacidad y la costumbre de observar de forma activa y consciente el medio físico en el que nos encontramos. Y en consecuencia, a reflexionar sobre lo que implica el fenómeno ciudad.

Las ciudades tienen un impacto enorme en la sociedad que cobijan y viceversa. Así por ejemplo, los cambios acaecidos en la estructura productiva transforman las ciudades hasta el punto de que la revolución industrial dio lugar a lo largo del XIX y principios del XX a las ciudades industriales o incluso a las siniestras Company towns (ciudades fundadas por una gran corporación o de su propiedad). Y del mismo modo, la planificación urbanística puede transformar a la economía, como por ejemplo ocurre con determinados modelos de ciudad que incentivan un determinado tipo de comercio de gran distribución, favoreciendo así determinados hábitos de consumo y formas de vida. Lo mismo ocurre pues con las demás disciplinas sociales: sus relaciones con el urbanismo son recíprocas, en la medida en que todas ellas, y muy especialmente la política, ‘ocurren’ fundamentalmente en la ciudad, ya sea en la ciudad-estado, el burgo, la metrópolis, la ciudad industrial… En el caso de la política, esta relación compleja y de dependencia es especialmente intensa. La política transforma a la ciudad y la ciudad transforma a la política. La efectividad del poder requiere que las relaciones de mando y obediencia se den en un espacio físico determinado y concreto, en el que además sea posible su representación simbólica. Es necesaria en todo caso una densidad demográfica mínima para ejercer el poder de forma efectiva sobre un territorio determinado, que se consigue a través de la concentración de la población en un lugar, formando ciudades, y mediante la reducción de los costes de desplazamiento a través de la mejora de las comunicaciones. Por ello, no es casualidad que uno de los factores que contribuyeron a la formación del Estado Moderno fuese precisamente el renacimiento de las ciudades europeas, las cuales, durante la Baja Edad Media, se convirtieron de nuevo en centros de poder y motores de modernidad. De ahí que no le falte ninguna razón a Le Corbusier cuando afirmó que “Las grandes ciudades son, en realidad, puestos de mando”.

Sin embargo, pese a la importancia del fenómeno ciudad y del espacio en general, en España, la ordenación del territorio, en cuyo marco se desarrolla el urbanismo, ha sido una disciplina con poca profusión. Tal vez sea consecuencia de nuestra baja densidad demográfica en relación con los países de nuestro entorno por lo que nunca nos hayamos tomado demasiado en serio esta disciplina. Pero en otros países donde hay mucha menor disponibilidad de tierra (Alemania, Países Bajos…) sí son conscientes de la importancia capital de distribuir eficazmente los diversos usos y actividades a lo largo del espacio físico. Tal vez sea éste el origen último de que en España, el factor suelo haya sido considerado por los distintos agentes económicos e institucionales como un recurso prácticamente infinito sobre el que asentar la otrora segunda actividad económica más importante del país después del turismo, el sector inmobiliario. Y como es sabido, el estallido de la burbuja que se formó en este sector está suponiendo un enorme lastre para nuestra economía. Sin embargo, el estallido ha desvelado otra crisis no menos importante pero escasamente percibida, y que trasciende lo puramente económico: la crisis urbanística. En efecto, en las últimas décadas ha predominado un modelo de ciudad cuyas carencias y disfunciones son cada vez más evidentes y que costará décadas reparar. En este sentido, la actual crisis es una oportunidad inmejorable para reconducir no sólo la actividad productiva a un modelo más sostenible, sino también para mejorar el urbanismo y las ciudades.

Uno de los mejores ejemplos de este crecimiento urbano disfuncional sería el de los nuevos barrios construidos al norte de Madrid de acuerdo con los Programas de Actuación Urbanística (PAU). Se trata de barrios que pese a estar habitados desde hace varios años, siguen ofreciendo una imagen vacía y artificial, por no hablar del dudoso gusto estético de muchas de sus edificaciones. Lo más característico de estos nuevos modelos urbanísticos podría resumirse en 3 puntos: 1. la conexión con los demás barrios de la ciudad y su propia articulación interna se realiza de forma dominante con grandes avenidas pensadas para el automóvil, 2. las relaciones sociales se limitan al vecindario que vive en el mismo complejo habitacional, ya que la mayoría de construcciones están cerradas y volcadas a patios y piscinas interiores, y 3. en los nuevos barrios prima la lejanía y las largas distancias sobre los equipamientos de proximidad y se antepone el comercio de gran distribución al pequeño comercio de proximidad. Como consecuencia de todo lo anterior, estos nuevos barrios son un paradigma de la ciudad insostenible, masiva y despersonalizada y de la ciudad autista, puesto que la propia estructura urbana dificulta no ya el asociacionismo vecinal, sino incluso cualquier forma de comunicación interpersonal que pueda tener lugar fuera de las manzanas cerradas, ensimismadas.

La actual crisis debería hacernos repensar sobre los modelos de ciudad que queremos. Ahora que la construcción de obra nueva se encuentra paralizada, sería un momento ideal para reflexionar sobre lo realizado en los últimos años y recuperar lo mejor de un modelo de ciudad que se denomina precisamente como nuestra cultura: la ciudad mediterránea. Una ciudad compacta, cohesionada, que mezcla los diversos usos en un mismo espacio de forma armónica y que posibilita la aparición de un tejido social fuerte y participativo y un modelo económico sostenible e inclusivo. Pero hay que darse prisa en iniciar esta empresa, puesto que nuevas amenazas se ciernen sobre las ciudades. La aparición de nuevas y sutiles Company towns, donde el único servicio que no se ofrece a los empleados es el de pernoctación, suponen un nuevo elemento deshumanizante y perturbador de las relaciones sociales. Recientemente, otro banco ha anunciado la construcción de su propia ciudad con la intención de aunar en un mismo complejo sus diversas sedes y aumentar en eficiencia. Es necesario recibir estas iniciativas con cautela y escepticismo. En el peor de los casos, estos macrocomplejos corporativos conseguirán una alienación total entre los trabajadores y la empresa, hasta llegar a la confusión total del espacio-tiempo laboral con el privado. Y con la excusa de reducir los costes de desplazamiento de sus empleados a centros de ocio, educativos y de consumo, lo que conseguirán será precisamente que esos ahorros de tiempo se inviertan en una mayor dedicación al trabajo.

Repensar el urbanismo en España exige repensar no sólo sus fines, aquella ciudad ideal (si es que existe) a la que aspiramos como comunidad, sino reelaborar también los medios a través de los que ésta se realiza. Es necesario superar la perspectiva excesivamente miope de los actuales instrumentos de planificación urbanística, ya que casi sólo contemplan elementos cuantitativos, tales como los índices de edificabilidad, retranqueos…, e incorporar otras magnitudes distintas que encaucen debidamente la iniciativa privada. Y además, es indispensable mejorar los medios de participación ciudadana en la elaboración de los instrumentos de planificación. No es admisible que los nuevos barrios se construyan sobre el acuerdo exclusivo de promotores, propietarios y ayuntamientos. Todos estamos llamados a configurar las ciudades en las que vivimos y a decidir sobre nuestro modelo de ciudad. Para ello, un primer paso que podemos dar es precisamente moderar el uso que hacemos de los smartphones en nuestros desplazamientos y aprender a ver con otros ojos y comprender nuestro entorno urbano.

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