En este periodo de confinamiento son continuas las noticias que nos llegan desde múltiples ámbitos sobre el descenso de la actividad económica, la caída de las bolsas internacionales y, muy especialmente, sobre el precio del petróleo. Parece que, de repente, todo el mundo habla sobre la cotización del petróleo y sobre lo que sucede en un oscuro lugar llamado Cushing, Oklahoma, donde se cierran los contratos del precio más representativo en EE.UU. que alcanzó un importe negativo, muy negativo, durante un par de días de abril. No es tarea de este artículo contar el detalle de los mecanismos que han llevado a esta situación, sino echar la vista atrás y poner en perspectiva el mundo del petróleo y de la energía.
Como todos recordamos, mal que bien, de nuestras clases de Historia de juventud, poco después del comienzo de la segunda guerra púnica, Aníbal llegó a Italia, tra cruzar los Alpes con el ejército cartaginés y sus aliados, y venció, en varios enfrentamientos, a los romanos. Estos nombraron dictador a Quinto Fabio Máximo, quien se embarcó en una guerra de desgaste contra Aníbal, negándole un enfrentamiento a campo abierto. Sin embargo, esta estrategia fue muy impopular y, una vez recuperados los romanos de sus pérdidas, comenzaron a cuestionarla.
Se llegó, así, al nombramiento de nuevos cónsules que, al mando del mayor ejército en la historia romana hasta aquel momento, fueron al encuentro directo del ejercito cartaginés en la (para Roma) desastrosa batalla de Cannas. Allí, Aníbal derrotó a la flor y nata de las legiones romanas con una brillante maniobra táctica, aprovechando sus virtudes (una caballería eficaz y rápida) y el espacio físico de la batalla. A la vista del resultado, algunas ciudades de Italia revocaron su alianza con Roma y juraron lealtad a Aníbal. Todo parecía perdido para Roma.
Volvamos ahora al siglo XXI. El paralelismo es fascinante. MBS, emulando al genial general cartaginés, ha aprovechado el terreno (Covi-19) y la flexibilidad de sus tropas (gran capacidad de producción ociosa y muy bajos costes de producción) para, a pesar de tener un ejército más reducido (solo el 10% de la producción mundial de petróleo), infligir una gran pérdida a sus enemigos. Su técnica ha consistido en inyectar una gran cantidad de crudo adicional en el mercado, en un momento de sobreoferta, generando un enorme exceso de “oro negro” que ha sido incluso difícil de almacenar.
Este factor ha presionado los precios a la baja y, en algunos momentos, desafiando a la lógica, hasta terrenos negativos. El poderoso ejército romano (mayors) y sus tropas auxiliares (frackers, productores de petróleo no convencional) de gran potencia, pero cuyas tácticas están constreñidas por una técnica militar más rígida, que implica la necesidad de generar retornos de forma constante para los accionistas, han sido masacrados en el campo de batalla. Todas las grandes petroleras han reducido de forma drástica sus presupuestos de explotación, han recaudado liquidez y nuevo capital y han puesto sus dividendos en cuestión. Entre los frackers hay ya casos de quiebras. A pesar de las heridas recibidas (un ingreso actual muy por debajo de las necesidades para cerrar el enorme déficit fiscal saudí), todo parece marchar sobre ruedas para los cartagineses y sus aliados (OPEP+).
Sin embargo, ganar una batalla, por decisiva que parezca, no siempre equivale a ganar la guerra. Durante un tiempo, los romanos se encontraron completamente desmoralizados y el único cónsul con vida, Varrón, desacreditado. La ciudad de Roma declaró un luto nacional, puesto que no había un solo habitante que no estuviese relacionado con alguna de las víctimas de la batalla, pero, cuando Aníbal envió una delegación para negociar un tratado de paz, el Senado se negó a parlamentar. Por el contrario, movilizaron a toda la población masculina y hasta se prohibió pronunciar la palabra “paz”.
El negocio del petróleo ha estado tradicionalmente caracterizado por grandes barreras de entrada (grandes costes por adelantado hasta obtener rendimiento) para poder explotar campos en lugares remotos y peligrosos, en un entorno de continuo crecimiento de la demanda. Era un mercado dominado por la oferta. Con gran lógica, los países productores han tenido, tradicionalmente, una política de maximizar el precio, ya que nadie dudaba que todos los barriles que tenían para ofertar se acabarían consumiendo. El crecimiento absoluto del empleo del petróleo (y de otras energías) llevó durante décadas a hablar del “peak oil”, la capacidad de producción máxima a partir de la cual la cantidad disponible de petróleo producido iría disminuyendo sin que fuera posible reponer la oferta. Bajo esa premisa, el precio del último barril de petróleo sería infinito: bienvenidos a Mad Max. Por eso, y por motivos políticos, los países productores crearon la OPEP, para maximizar el precio del petróleo sin matar a la gallina de huevos de oro (cosa de la que se dieron cuenta ya en 1973).
Sin embargo, el panorama subyacente ha cambiado radicalmente en los últimos veinte años por tres motivos fundamentales, dos externos al mundo del petróleo y otro interno.
Entre los externos, el primero es la eficiencia. En realidad, la demanda mundial de petróleo no ha dejado de disminuir en los últimos veinte años, si se mira desde el punto de vista de la intensidad energética, esto es, de la cantidad de energía necesaria para producir una unidad de PIB. El continuo crecimiento económico del mundo de la postguerra ha incrementado de forma continua la demanda agregada de petróleo, enmascarando este efecto. Además, con la mejora de las tecnologías de prospección, en las últimas décadas, comprendimos que petróleo hay mucho y que el problema es el coste de extraerlo, con lo que el grado de crisis máxima es en teoría menor: Max, te presento a mis padres, no apoyes los codos en la mesa.
El segundo motivo externo es el espectacular desarrollo de dos tecnologías muy antiguas: el poder del viento (pregunten a las costillas de Don Quijote) y del sol (ahora pregunten a Diógenes Laercio). Inicialmente fueron tecnologías de nicho, pero se han desarrollado de forma exponencial. La razón es que tienen una característica radicalmente distinta a la energía fósil: el precio, en vez de subir con la demanda, como hemos dicho que sucede con el caso del petróleo (cada vez hay que ir más lejos y más profundo para obtener petróleo de peor calidad), baja. ¿Cómo puede ser? Sencillo, la materia prima es gratis y cuanto más se usa la tecnología, más se reparte el coste de producción de la maquinaria y de la investigación entre más unidades, lo que reduce el precio marginal de una unidad adicional de energía. Pasamos de la geopolítica a la ingeniería.
El cambio estructural de las energías renovables, a pesar de los desafíos en electrificación y densidad de energía (para el uso de energías renovables en aviones y barcos, por ejemplo) es realmente posible. Busquemos un ejemplo cercano. El Reino Unido, cuna de la Revolución Industrial en el siglo XIX, está a punto de cerrar sus últimas plantas de generación eléctrica a partir del carbón y lleva ya aproximadamente dos meses sin usar esta fuente de energía en la red eléctrica, por primera vez desde 1882. ¿Cómo te quedas, Oliver Twist?
Estos dos factores cambian radicalmente el paradigma: pasamos del “peak oil” al “peak demand”, término que, dicho así, suena muy fino, pero traducido al román paladino significa “tonto el último”. En las dos próximas décadas, barril que no salga del suelo, barril que se quedará ahí dentro para siempre, porque ya no será necesario.
El tercer motivo es una revolución nacida dentro del propio mundo del petróleo, llamada fracking o fractura hidráulica. Una capacidad revolucionaria a la hora de perforar campos en horizontal, en vez de en vertical, liberó la capacidad de acceder a reservas antes inalcanzables. Esta tecnología ha creado una nueva subindustria, que amenaza el dominio de la OPEC sobre la extracción de petróleo. Eventos como la salida del mercado de productores antaño clave (Irán por sanciones, Libia por su guerra civil o Venezuela por latrocinio y mala gestión) que, en el pasado, hubiesen generado enormes alzas en el precio han provocado que estas hayan sido absorbidas por la nueva técnica.
Arabia vio el enorme potencial del fracking y, en 2016, intentó ahogar en petróleo (en qué si no) a la naciente industria con una sobre-oferta, que provocó una oleada de quiebras y reestructuraciones. Sin embargo, un adagio en Texas dice que nunca ninguna crisis cerró un pozo de petróleo. Una vez quebrada la propietaria original, los acreedores se hacen cargo de los pozos y mantienen la producción, aunque sea a menor precio, como única herramienta para lograr un cierto repago de la deuda pendiente.
En tres años la industria se reinventó, redujo costes, atrajo nuevo capital y volvió al mercado con un coste de producción casi un 50% más bajo. Estableció así, de facto, un precio máximo para el petróleo mucho más bajo y creó un problema mucho mayor que el original para la OPEP. El motivo es que este petróleo es de buena calidad (ligero y “dulce” – sin azufre, y por lo tanto más fácil de refinar) y se produce al lado de las refinerías texanas (sin el riesgo de ir a buscarlo a países inestables y lejanos), lo que reduce el coste del capital necesario y le confiere una flexibilidad de producción tal que, en cuanto sube un poco el precio, se activa nueva producción.
En estos momentos se está gestando una nueva revolución en el mundo del fracking, sumando a las técnicas originales una capa de tecnología digital: big data para la ubicación de pozos, Internet de las cosas para medir todos los parámetros físicos imaginables e inteligencia artificial para lograr una explotación optimizada. El precio del último barril de petróleo vendido, por lo tanto, lo pondrá un tejano y será el correspondiente al coste (escaso) de extracción, edulcorado con un pequeño margen: Goodbye, Max!
Arabia ha ayudado, sin querer, a crear un cambio transcendental en el mercado del petróleo. En teoría de juegos este fenómeno se conoce como un juego de suma negativa: es, en pocas palabras, una situación en la que el impacto de las acciones de un jugador destruye beneficios para todos.
La negatividad del juego no va hacer más que aumentar, por motivos políticos y sociológicos. Por una parte, a causa de la aparición de un nuevo nacionalismo económico: a raíz de la emergencia sanitaria creada por el Covid-19, si no estamos dispuestos a depender de otros para la comida y la salud, tampoco lo estaremos para la energía. Por otra parte, a causa de un cambio de mentalidad estructural en el mundo occidental respecto al medio ambiente, incompatible con el consumo acelerado de combustibles sólidos que generan gran contaminación y son responsables, en una parte muy significativa, del cambio climático.
Todos sabemos cómo terminó el asunto, A la larga, Roma tendría su venganza. Una flota transportó al ejército hasta el continente africano y, en la batalla de Zama, Escipión el Africano derrotó a Aníbal, marcando el final de la segunda guerra púnica y el declive definitivo de Cartago.
El corolario es que, si MBS podría estar a punto de reembarcarse para tierras africanas, el resto de aliados lo tiene más crudo si cabe (no puedo resistirme a hacer el mal juego de palabras). Explotaciones árticas rusas, petróleos amargos y extra-pesados venezolanos, o procedentes de zonas en conflicto, como Libia, serán dentro de muy poco innecesarios y, por lo tanto, invendibles.
Por terminar los paralelismos, viene muy al caso una famosa frase atribuida a mi amigo Catón, que la pronunciaba cada vez que finalizaba sus discursos en el Senado durante los últimos años de las guerras púnicas “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam” (por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida).
Para toda Europa, excepto para Noruega y Reino Unido, es clave ganar esta nueva guerra púnica, eliminando de nuestra economía un enorme coste (balance económico muy negativo con Oriente Medio y, en general, con todos los exportadores de petróleo) que genera una contaminación insostenible y alimenta dictaduras que usan nuestro dinero en contra de nuestra civilización.
Creo que lo lograremos, y me permito hacer una predicción en 2020: en cuarenta años, igual que la gente hacía safaris urbanos en la Detroit afterpunk posterior a la Gran Depresión de este siglo, habrá viajes de aventuras cuyo momento álgido será un paseo con camellos por las dunas creadas entre los rascacielos de una Ryad o Ciudad King Al Saud semi abandonadas, un remedo de la película El planeta de los Simios, pero mejor para la humanidad.
“Compre acciones de la Estándar Oil y su familia nunca pasará hambre” era un eslogan de John Rockefeller a principios del siglo XX. Fue muy cierto durante mucho tiempo, pero en el siglo XXI parece que va a dejar de serlo.
* MBS Mohamed Bin Salmán, viceprimer ministro y ministro de defensa de Arabia Saudita