Reflexiones conservadoras sobre la crisis del coronavirus

Reflexiones conservadoras sobre la crisis del coronavirus

En memoria de Sir Roger Scruton

El conservadurismo dista de contarse entre las aproximaciones vitales más intuitivas. Su ejercicio requiere de altas dosis de humildad y observación, sin las cuales resulta difícil desafiar los dogmas heredados del mito del buen salvaje. No siendo intuitiva, crisis como la actual nos sirven para validar por la vía de los hechos que la filosofía que nos ocupa se adapta bien a la naturaleza desnuda, pues ésta se revela a menudo como eminentemente conservadora.

En resumen, el conservadurismo es la filosofía del apego. Frente al ideario globalista, el conservador reconoce que la caridad es ordenada y que el hombre suele apreciar más lo que le es más próximo: a su familia más que a la del vecino, a su vecino más que al vecino del pueblo de al lado, y así. Somos intelectual y afectivamente limitados, y lo pequeño es hermoso. Así mismo, en lo próximo, el ser humano descubre su verdadera identidad, su raíz, habida cuenta de que no podemos conocernos a nosotros mismos sin atender a nuestro contexto.

Sonroja ver cómo los que siempre habían considerado la Unión Europea una panacea ahora se indignan ante la espantada de algunos burócratas que se han puesto de perfil, una vez más, ante un reto crucial para España. En contraposición, son las instituciones, las empresas y los ciudadanos los que se están coordinando, mal que bien, para hacer frente al enemigo común. Y en Bruselas, mientras tanto, burócratas elegidos por nadie continúan disimulando su decadencia de oro bajo toneladas de papeles, informes, instancias… La democracia, en suma, sólo puede predicarse respecto de naciones soberanas.

En Ser Español, el conservador e hidalgo contemporáneo Julián Marías sostiene que el español es uno de los hombres más fácilmente dispuestos a jugarse la vida, pero “tiene cierta pereza para jugarse algo menos que la vida”. La actitud heroica de médicos, enfermeros, empresarios, policías, limpiadores, soldados, repartidores y bomberos refuerza un sentimiento de identidad nacional que hasta ahora sólo emergía cuando ganaba “la Roja”. Se hace patente lo que Cervantes supo capturar en una imagen: el español compendia de forma natural el idealismo de Don Quijote y la ramplonería de Sancho. Todo ello, en una atmósfera tragicómica, barroca, donde el cinismo se convierte en la mejor oportunidad para el humor.

Si el conservadurismo ha asestado un golpe seco a los eurofanáticos acríticos, no ha sido menor el descargado contra los apologetas del socialismo. Mientras el Gobierno se hacía un lío intentando diseñar una respuesta eficaz al problema del coronavirus, la sociedad civil le ganaba la mano con un vigor fascinante: empresas del IBEX 35, redes de hospitales, asociaciones, fundaciones…, todos coordinados de forma espontánea y ejemplar con las instituciones públicas para desarmar al enemigo. El conservador defiende la iniciativa privada con el ingenio de Adam Smith quien, si bien izó la bandera de la libertad en La riqueza de las Naciones, la acompañó también con las de la costumbre y la moral en la Teoría de los Sentimientos MoralesLa innovación empresarial, ya lo decía Drucker, es terreno abonado para los conservadores, puesto que estos son capaces de subirse a hombros de gigantes para construir bienestar desde la atalaya de la tradición.

Siguiendo a Burke, los conservadores consideran que la sociedad se articula como una unión entre los muertos, los ciudadanos de hoy y los que han de venir, unidos los tres grupos por una argamasa más compacta que el contrato social: el amor. Este axioma fundacional del pensamiento conservador implica el deber de los que estamos vivos de proteger todo lo bueno que heredamos de nuestros ancestros, ya es que sencillo destruir lo que a otros les costó mucho esfuerzo construir. De igual manera, los vivos hemos de trabajar, como eslabones de una cadena, por la prosperidad que habremos de legar a nuestros hijos. Lo anterior podría aplicarse a cuestiones tan diversas como la natalidad, el déficit público o el medio ambiente. Pero no es el caso. Basta con destacar que los que hoy se pelean a brazo partido por aumentar la capacidad de las UCIs lo hacen por reconocimiento hacia sus padres, a los que hoy reta la muerte, y a fin de dejar un modelo de conducta también reconocible a sus propios hijos.

Todos los valores mencionados (patriotismo, innovación, heroísmo, dignidad…) son semillas que se cultivan en un mismo jardín, que es la familia. El coronavirus y el confinamiento resultante han demostrado que la familia es el lugar al que se vuelve, el último refugio ante el que las falsas seguridades del homo economicus se derrumban. Los griegos llamaban “oikos” al hogar y “nemó” a su administrador, de ahí lo de economía. El conservador reivindica la primera parte de este término, pues en el apego al oikos está nuestra victoria privada. Entre el individuo aislado y el terror, sólo la familia se erige como fortaleza de muros infranqueables.

Que la tragedia nos sirva para regresar al hogar. Feel locally, think nationally.

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