Por el amor al vino

Por el amor al vino

Cansado ya de beber tantas veces refrescos americanos en tabernas españolas he decidido -mi tiempo me ha costado- elaborar unas cuantas líneas como canto de alabanza a este manjar de manjares, caldo de los dioses, tan nuestro y tan universal al mismo tiempo.

No es el vino un brebaje de hace tres meses, lleva unos años enamorando al hombre. Desde antes de Salamina venía el Gilgamesh loando las propiedades del viñedo mágico y el Código de Hammurabi imponiendo su ley en las tabernas de Mesopotamia. Pero como nada sirve en este mundo sin la filosofía, para entender nuestro querido tesoro de barricas habrá que remontarse a los paisanos de Pericles y de Virgilio. Empecemos pues por los dichosos clásicos, que solían tener razón en casi todo.

Bonus vinus laetificat cor hominibus”. Fueron los padres de la civilización occidental quienes unieron el vino con la cultura. Listos como nadie, transformaron la nobleza en un concepto omnicomprensivo, conduciendo todos los aspectos de la vida del hombre -también el “vinus”- hacia el reino de las virtudes. Así lo reflejó Eurípides en “Las Bacantes”: “donde no hay vino no hay amor ni gozo alguno para los humanos”. Gracias a ellos las vides se convirtieron en la frontera con la barbarie porque más allá del limes romano sólo existe la desolación del espíritu.

¿Pero qué es, al fin y al cabo, una copa de vino? Tan sólo una forma acristalada, inerte, carente de sentido por sí sola. Ahora bien, si la rellenas de un Côtes de Provence Sainte Victoire, la cosa cambia. Sostenemos entonces el alma de los neófitos de Dionisio, de los millones que, con el sudor de su frente y las arrugas de sus manos, hicieron posible el disfrute a quienes venimos detrás. La copa de vino nos eleva por encima del partenón de la cadena alimenticia y, más que por racionales, pasamos a distinguirnos por ser animales vinícolas. Ya lo advierte el dicho, “el agua para los bueyes y el vino para los reyes”. Aquí todos participamos de la grandeza de la cata y el maridaje; aquí no hay barreras ni murallas que derribar porque sacacorchos tenemos todos.

El vino es instrumento de la vida noble, de la vida verdaderamente humana. Pócima mefistofélica y angelical a la vez, sus aromas sólo dejan indiferente al pusilánime. No apreciar el vino no es pecado, pero es un poco triste.

Es tanta la vinosidad de nuestra civilización que el día que desaparezcan las cepas a orillas del Duero será el momento de coger las maletas e irse a otra parte. Por eso existen tantos tipos de personas como tipos de vino. Todo es cuestión de hacer clasificaciones y tirar para adelante. Y el vino dice mucho de nosotros, tanto que hasta un atabernado pasado de añada sirve como terapia contra la desidia oficial de los moscosos y las cuarenta horas semanales, al menos para el pobrecillo que así las sufra. Para quien siente atracción por la especie humana no hay manera de escapar: sería como jugar al rugby sin saber qué demonios es una melée, una locura vamos.

Hombre y vino tienen una relación simbiótica que dura ya desde antes de los versos de Homero. Fernando Pessoa la dejó grabada en el siguiente axioma teológico: “buena es la vida, pero mejor es el vino”. No andaría muy equivocado quien se aventurase a declarar que hay más sabiduría contenida en una botella de Quinta do Vesubio que en todos los libros escritos por un Noam Chomsky de la vida. Es lo que tiene un racimo de uva, que convierte una pequeña vinatería en la cueva de los cuarenta ladrones de Alí Baba.

Como somos seres compuestos de alma y cuerpo debemos rendir a ambos cierta pleitesía. Así es verdad aquello que poetizó Nicanor Parra: “¿Hay algo, pregunto yo/ más noble que una botella/ de vino bien conservado/ entre dos almas gemelas?”. La clave es alejarse de los excesos. El vinolento es tan malhechor como el ignorante culpable; a ellos está reservada la amargura de la filoxera intelectual. Que se queden en los termopolios de los polígonos industriales donde no hacen mal a nadie.

En el vino encontramos el refugio de la verdad, de la condición humana que desde la puñetera serpiente no ha vuelto a ser la misma. ¡Menudos licores habría en el Edén! Todo lo iguala y todo lo muestra porque para él no hay rincones ocultos del alma. El inconsciente es su compañero habitual de mesa. Ambos siempre han mantenido un diálogo fructífero y profundo, a lo Platón ¿O no se preguntaba Horacio “fecundi calices, quem non facere disertum?”. A uno sólo le queda esperar que lo que salga no sea tan oscuro como para acabar llamando a la Benemérita, que está para otras cosas.

En el vino hay belleza, y a quien no me crea le aconsejo ir al Versalles del saber, también llamado Museo del Prado, y dedicar la mañana a la contemplación de sólo dos cuadros: “Los borrachos”, de un tipo apellidado Velázquez y “La vendimia”, de otro conocido como Goya; seguro que algo suenan. Si los gustos van por otro lado, no hay problema, otros museos tienen a Juan Gris con su cubista “Botella, dinero y frutero” o “El bar del Folies Bergère” del genial Manet.

Los viñedos, como ya demostró Alexander Pyne en su película “Sideways”, se abren a todos los públicos. Publicanos y pecadores, gerifaltes financieros y profesores de quita y pon tienen cabida en la gran familia báquica. Allí estará un animal del calibre de Hannibal Lecter degustando un Dios sabe qué acompañado de un Sangiovese de la Toscana. Junto a él, Cary Grant y la diosa Ingrid Bergman descubren que el uranio también puede venir en botella francesa, tal y como lo urdió Hitchcock.

Considerando las loas que ha recibido desde que Plinio el Viejo le atribuyese el valor de “veritas”, no es de extrañar que nuestros poetas también le hayan dedicado un par de versos. Por aquello de concretar me limito a recoger los que Gonzalo de Berceo escribió en San Millán de la Cogolla antes de la aparición de las economías de escala: “Qiero fer una prosa en romanz paladino/ en qal suele el pueblo falar con so vezino/ ca no so tan letrado por fer otro latino:/ bien valdra, commo creo, un vaso de bon vino”.

Sin embargo, la ciencia de la vid no es un arte fácil de conquistar. Pasa como con la guitarra de Django Reinhart, para poder apreciarla se ha de superar la escuela de los sabores desabridos. Y es que la educación en lo bueno tiende a costar un riñón y medio (de esfuerzo, que no perras). Como el “me gusta o no me gusta” no tiene cabida, el recorrido se convierte en un túnel cuya salida sólo se anuncia con un cartel del Napa Valley que advierte “the wine is bottled poetry”. El amante de lo bueno tiene de compadre al arresto y la perseverancia porque no queda otro remedio para alcanzar la meta. Por eso todos necesitamos un sumiller intelectual. En cierto sentido la educación cultural sería como una oposición de más de trescientos temas: habrá muchos días malos pero el final todo lo alumbra.

Fiesta sin vino no vale un comino” dice el refranero popular. ¿Por qué? Porque nuestro corazón no se sacia con unos huevos estrellados, necesita de algo más, tal vez de un Pinot Noir joven o un Cabernet Sauvignon que acompañe. El brindis debería ser función de obligado cumplimiento en toda reunión con mesa de por medio. Seguro que así sería más sencillo diagnosticar las alegrías de la vida, además de recuperar retazos de la oratoria ya perdida. El problema en este punto es que Verdi, desde el brindis de “La Traviata”, como que puso el listón un poco alto y a ver quién es el guapo que llega.

Ahora que se habla tanto de la “Marca España” quisiera yo pedir que nuestros buques insignias dejasen de ser cosas como Sacyr o la playa de Benidorm y paseásemos más por el mundo nuestros vinos de Rueda, de Toro, del Penedés y Terra Alta, nuestros blancos de la Ribeira Sacra y la manzanilla de Sanlúcar de Barrameda. A lo mejor otro gallo cantaría.

Termino ya mi defensa vinática de la vinaza, el vinote y el vinillo. Devaneos los míos de vinariego vinatero que a todo atribuye una amargura de viña vinagrosa. Sólo queda despedirme con los versos que una vez deseó José Hierro: “Dejadme que repose aquí, en mi cuna/ de roble o de cristal, estoy cansado”. ¡Salud y a beber!

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

ÚLTIMOS ARTÍCULOS

SECCIONES

Suscríbete a nuestro boletín

Sé el primero en recibir nuestros contenidos.

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

ÚLTIMOS ARTÍCULOS

SECCIONES

Suscríbete a nuestro boletín

Sé el primero en recibir nuestros contenidos.