Repensar el trabajo en tiempos de Covid

Repensar el trabajo en tiempos de Covid

El trabajo, después de la salud, ha sido uno de los aspectos de nuestras vidas que más se ha visto sacudido por la súbita y cruel crisis del Covid-19. Algunos, porque directamente lo han perdido o lo han visto reducido por falta de clientes, ERTES, … otros, porque la carga de trabajo que tienen que realizar ha aumentado considerablemente, ya sea de forma involuntaria, porque la misma cantidad de tareas tiene que ser realizada ahora por menos trabajadores; o voluntaria, porque el temor a ser despedido les lleva a competir en horas con sus compañeros. También ha aumentado la ansiedad entre muchos trabajadores porque tienen que atender a sus hijos en casa mientras trabajan; en otros casos se han visto truncadas expectativas de cambio profesional o proyectos empresariales. Por no hablar de los miles de profesionales sanitarios y de atención social, para los que el trabajo se ha convertido, de repente, en una profesión de riesgo y ejercida en unas condiciones realmente hostiles.

La crisis está transformando las condiciones objetivas en las que trabajamos; desde el lugar y horario en el que se desarrolla, hasta la remuneración, pasando por nuestras relaciones con los compañeros. Todo se está viendo afectado por esta crisis, y muchos cambios están llamados a permanecer una vez que la pandemia haya desaparecido. En un país como España, en el que el trabajo justamente remunerado es un bien escaso, convendría aprovechar este tiempo de adversidad para reflexionar a nivel colectivo, pero también a nivel personal, sobre el trabajo. Y no me refiero tan solo a reflexionar sobre cuestiones accesorias relacionadas con el horario y lugar de trabajo; como son el abuso de las reuniones virtuales, o la disponibilidad permanente para atender tareas urgentes. Me refiero a reflexionar sobre el trabajo en sí mismo: ¿Qué valor tiene para mí? ¿Cuál es mi responsabilidad frente a la sociedad y a mi empresa cuando desarrollo mi trabajo? ¿En qué medida puedo convertirme en un mejor trabajador en las actuales circunstancias?

Nos guste o no, el trabajo es, después de la salud, la actividad más importante de nuestras vidas. La salud física es el sustento necesario para poder desarrollar todas las demás actividades, de ahí su carácter absolutamente prioritario. Pero en segundo lugar, el trabajo es de las actividades más importantes que podemos realizar, no sólo por la cantidad de tiempo (es decir, ‘de vida’) que le dedicamos, sino porque es lo que nos da los medios para subsistir y llevar una vida con dignidad, tener una familia, y viajar y realizar actividades placenteras o dedicarnos a nuestras aficiones. Además, nos otorga un status social y permite, finalmente, desarrollar aptitudes, capacidades (como la concentración) y virtudes personales.

La actual crisis del covid-19 puede ser run buen momento para reflexionar acerca de la función del trabajo en las sociedades contemporáneas, el papel de las organizaciones empresariales y el valor y la responsabilidad personal de cada uno de nosotros a título individual en nuestras respectivas organizaciones. Volver a plantearnos cuestiones básicas cómo: ¿a qué me quiero dedicar profesionalmente?; o ¿de qué depende el número de horas al día que estoy dispuesto a trabajar? ¿Meramente de la remuneración? ¿O del nivel de satisfacción que me produzca? Todo esto son cuestiones básicas que deberíamos plantearnos periódicamente, para no dejarnos arrastrar por lo que haga la mayoría o lo que sea la norma social.

Uno de los aspectos más importantes de nuestros trabajos es, sin lugar a dudas, el tiempo que le dedicamos. Todos nos deberíamos replantear con perspectiva crítica el número de horas al día que dedicamos a trabajar. Al fin y al cabo, la cantidad de horas al día que tenemos disponibles es la misma para todos nosotros. ¿Cuántas horas de mi semana estoy dispuesto a dedicar al trabajo? ¿Y de qué depende esa cantidad para mi? Es importante que intentemos responder a estas preguntas en base a nuestros propios valores y prioridades, no en función de nuestras expectativas. Y es que en ocasiones tendemos a pensar que, a mayor número de horas trabajadas, mayores serán nuestras probabilidades de ascender profesionalmente y ocupar puestos de mayor jerarquía y remuneración en nuestras respectivas organizaciones. Sin embargo, la evidencia empírica es concluyente: trabajar demasiadas horas es contraproducente; no sólo para nuestra salud, sino también para la calidad de nuestro trabajo. Y, además, está demostrado que no aumenta las probabilidades de ascender en nuestras organizaciones[1].

Tampoco es cierto que el trabajo y la vida personal sean un juego de suma cero. Se trata de una falsa dicotomía que subyace al tan manido mantra del ‘work-life balance’. El trabajo es tan ‘personal’ y ‘vital’ a nuestras vidas, como la familia, las amistades, el ejercicio físico o el ocio. El equilibrio y la armonía debe alcanzarse entre todas esas partes; y no creo que consista en dividir aritméticamente el tiempo entre trabajo vs todo lo demás.

Pero por desgracia, si pecamos de algo hoy en día no es de defecto de trabajo, sino de exceso. Desde hace algunas décadas, el arquetipo de trabajador ejemplar, virtuoso y exitoso es el del ‘trabajador extremo’ (aquel que trabaja entre 60 a 100 horas semanales) en una gran multinacional, consultora o start-up tecnológica; un perfil profesional que ha aumentado en las últimas décadas según numerosos estudios.

Al margen de lo equivocado de esta noción del trabajo, competir en base a ‘echarle horas’ y estar permanentemente conectado no deja de ser una forma de juego sucio, o un sucedáneo de la ‘venta a pérdida’, prohibida por el artículo 17 de la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal. Realmente no hay muchas diferencias entre el trabajador que sistemáticamente ‘saca trabajo’ los fines de semana, y el trabajador que pone en evidencia a sus compañeros delante de sus jefes.

Pero si incluso los escrúpulos legales o la llamada al ‘fair play’ no son suficientes para eliminar la tendencia a trabajar sin descanso o estar conectado incluso los fines de semana, al menos debería controlarse la adicción al trabajo por respeto a nuestros antepasados más directos. Y es que España fue el país de Europa en el que la jornada laboral de 8 horas fue establecida por primera vez. Tras 44 días de disturbios, despidos, detenciones, Somatenes y estado de alarma; el 19 de marzo de 1919 llegaba a su fin en Barcelona la huelga “La Canadiense”. Y el 3 de abril de 1919 el Gobierno aprobaba el Real Decreto estableciendo la jornada laboral de ocho horas; último decreto firmado por su presidente, el Conde de Romanones, quien dimitió acto seguido desgastado por el conflicto. Después de los Estados Unidos (en 1886), Uruguay (en 1915) y México (en 1917), España era el primer país europeo en conseguirlo.

Además de pensar de forma individual sobre el trabajo, es conveniente que a nivel colectivo reflexionemos acerca de qué tipo de trabajo queremos fomentar y cuáles son los trabadores y perfiles profesionales que la sociedad necesita. Ni la productividad ni la competencia empresarial justifican ni explican el incremento del número de ‘trabajadores extremos’; ni tampoco lo explica ni justifica una moralidad y ética públicas y personales debidamente comprendidas.

Al contrario de lo que muchos piensan, la locución latina ‘ora et labora’ no aboga por dividir el tiempo tan sólo en rezar y trabajar; locución que, por cierto, no aparece citada en ningún momento en la regla benedictina, a la que se suele atribuir. La propia regla benedictina es clara a la hora de distribuir el día en tiempo para el trabajo, tiempo para la oración, pero también tiempo para la lectura y el ocio. Esta regla y forma de vida, que es interpretada socialmente como una exaltación al trabajo por encima de todo lo demás, en realidad recoge una concepción del trabajo absolutamente equilibrada y armónica, y que dedica al trabajo diario una cantidad de tiempo que, hoy en día, consideraríamos más que benévola. El capítulo XLVIII de la regla ordena la vida diaria de los monjes, afirmando que “deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual, y a ciertas horas en la lectura espritual”. Es importante destacar que no dice que deban dividir todo su tiempo tan solo en el trabajo manual y la lectura spiritual; sino que lo que dice es que estas actividades deben ocupar ‘ciertos tiempos’, que serían los siguientes:

«3. Desde Pascua hasta el catorce de septiembre, desde la mañana, al salir de Prima, hasta aproximadamente la hora cuarta, trabajen en lo que sea necesario. 4 Desde la hora cuarta hasta aproximadamente la hora de sexta, dedíquense a la lectura. 5 Después de Sexta, cuando se hayan levantado de la mesa, descansen en sus camas con sumo silencio, y si tal vez alguno quiera leer, lea para sí, de modo que no moleste a nadie. 6 Nona dígase más temprano, mediada la octava hora, y luego vuelvan a trabajar en lo que haga falta hasta Vísperas

La cultura del trabajo en la sociedad y en una empresa en particular no se cambia de la noche a la mañana. Pero puede ser moldeada progresivamente por medio de muchas y pequeñas acciones individuales y hábitos. Los cambios en las condiciones de trabajo que estamos viviendo por causa del Covid-19 pueden ser una buena oportunidad para reflexionar sobre el trabajo y para empezar a poner en práctica pequeños hábitos y reglas que lo vuelvan más humano y equilibrado.


[1]The Research Is Clear: Long Hours Backfire for People and for Companies”, Sarah Green Carmichael, 2015. Harvard Business Review (https://hbr.org/2015/08/the-research-is-clear-long-hours-backfire-for-people-and-for-companies?registration=success)

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