Sugar Kane va al supermercado

Sugar Kane va al supermercado

Sugar Kane canta en una banda de chicas. Es guapa y sabe lo que quiere. También sabe lo que no quiere. Su madre se lo dijo y ella lo aprendió: no salgas con un saxofonista. Son hombres mentirosos y encantadores, te dejarán con el cuerpo temblando y la nevera vacía. 

El 39,6% de los españoles menores de veinticinco años está en paro pero la vida sigue aunque los semáforos no cambian del rojo y el kioskero venda el periódico de ayer. Los tipos duros se ajustan la mascarilla y piden otro café. El día de después nunca llega porque los niños crecen del revés, al adolescente le decimos que se aleje de Mae West pero la generación de la tecnología de la información no quiere el derecho al olvido. Las hormonas dejan un rastro en el tiempo, como cuerdas que vibran al ritmo del bajo de ZZ Top. Tener al pasado como desencriptador del futuro tiene el inconveniente de que no avanzas en el presente y te quedas atascado.

Sugar Kane lleva una petaca escondida en la liga porque la directora de la banda no quiere que sus chicas beban pero a ella no le importa porque solo está allí mientras le sale algo mejor.

Indignaos, os dijeron. Como si necesitarais la indicación. El desarrollo de la niñez comienza con el no, luego pasa al por qué y culmina con el no es justo. Lo que ocurre es que lo sano es que ese desarrollo termine antes de que el sujeto en cuestión cumpla los veinte años porque la madurez es saber que estás jodido asumiendo que tienes una parte de culpa. Aunque solo sea una parte. La vida es justa pero de un modo que no se le puede explicar a un niño.

Sugar Kane entra al hotel mirando descarada a los ricos que pasan revista en el jardín, se viste con su traje de baño y baja a la playa a jugar con la pelota. El agua salada del mar le pica en los ojos y eso le parece bien porque así no tiene que fingir para apartarse las lágrimas.

Indignaos, os dijeron. Responsabilizaos, os digo. De los éxitos y de los fracasos, sobre todo de los fracasos. Os pasará que os despertaréis a media noche con un sabor amargo porque de repente, sin motivo aparente, golpea el recuerdo de una metedura de pata de hace quince años, de aquella vez que bebiste de más, de las malas palabras que vomitaste, del lo siento que no dijiste. Todo eso pasa porque responsabilizarse tiene consecuencias. Es lo justo.

Sugar Kane quiere a un hombre con gafas de culo de vaso y ojos pequeñitos, un hombre de fiar a diferencia de los saxofonistas que mientras soplan miran de reojo a las camareras. Su padre dirige el tráfico en una calle de Baltimore y ella toca el ukelele meneando las caderas. Una vida por la música que le ha enseñado a evitar a ciertos músicos.

Responsabilizaos y olvidad las excusas. Nuestro tiempo es el que nos ha tocado y aunque no sea el mejor de los tiempos tampoco es el peor de los tiempos. En último término no importa porque no tendréis otro, el momento en el que vivís os ha sido dado y si os empeñáis en reclamar os encontraréis viejos, amargados, haciendo cola en atención al cliente y no habrá nadie para atenderos porque no se aceptan devoluciones. Recoged las rosas ahora mientras podéis aunque tengan espinas y cuando sangréis no le echéis la culpa al rosal. Levantad la cabeza pero no seáis arrogantes, hablad con voz segura y no uséis verdades absolutas porque, de hacerlo, os despertaréis por la noche con la amargura del arrepentimiento de los errores del pasado y en esta vida hay que intentar dormir de vez en cuando. Tomad decisiones basadas en la razón pero también en la fe, saltos de fe como Indiana Jones para salvar al padre, para hacer el bien.

Sugar Kane se va con el saxofonista y si la nevera vuelve a acabar vacía, tomará un trago de la petaca, reventará el ukelele contra la pared e irá al supermercado meneando las caderas.

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