Strike one

Strike one

El 6 de enero de este 2021, mientras los Reyes Magos repartían casa a casa sus tan esperados regalos, en la capital de Estados Unidos, un numeroso grupo de manifestantes violentos atacaron la sede del Congreso de ese país, en un intento de anular el resultado de las pasadas elecciones presidenciales. Los asaltantes ocuparon, destrozaron y saquearon el edificio durante varias horas, lo que provocó la evacuación y el cierre del Capitolio, además de un total de 5 muertes.

Estos hechos (cuyos detalles podéis encontrar en Wikipedia) han derivado no solo en cuantiosos destrozos, sino en un nuevo impeachment (proceso de destitución) de Donald Trump. Previsiblemente caerá sobre el presidente saliente todo el peso de la indignación americana por lo sucedido y, al menos así lo espero, es de suponer que quedará en un episodio aislado dentro de los tiempos que vivimos.

La reacción inicial de la opinión pública fuera de Estados Unidos ha sido, en mi opinión, más de mofa y satisfacción que de angustia y preocupación. A mucha gente le ha resultado cuanto menos curioso que unos tipos con pinta de tarados mentales revienten una sesión del Congreso americano. En cierto modo, las sociedades modernas nos alegramos de que el alumno aventajado reciba, de vez en cuando, una colleja por portarse mal. Nos gusta ver cómo el rico pasa calamidades de pobre.

Esto no es nuevo: USA es el gran imperio del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Los que decimos vivir en sociedades modernas aprovechamos cualquier bache de este país para autoconvencernos de que no serán tan listos como se creen, cuando unos frikis vestidos de vikingos les ponen en ridículo de esta manera.

Todo eso, en realidad, es un drama demasiado triste para ellos… y para nosotros. Primero, porque no deja de ser el reflejo de la sociedad occidental. Muy idiotas seríamos si pensáramos que esto solo les ocurre a los americanos. Vivimos bajo paradigmas que se polarizan día a día, lo que tiene una consecuencia clara: cada vez más gente encuentra su sentido político e ideológico en los extremos. El populismo corre por Europa como los estudiantes de Erasmus: llegando a todos los rincones, colonizando todos los países y, sobre todo, pisando todas las discotecas (con el permiso de la COVID-19). Son los jóvenes quienes más enganchan con estas ideas. Es algo parecido a la guerra, de la que siempre se ha dicho que es un juego de mayores en el que mueren los jóvenes. Las redes sociales son la herramienta que ayuda a que la semilla se esparza aún más rápido que la cepa británica del Coronavirus. Ya lo vimos en las primaveras árabes hace 10 años y desde hace un lustro lo contemplamos impertérritos en nuestro primer mundo cada día.

Los Estados Unidos de América, como imperio global, reciben amenazas, ataques, reproches, acusaciones (verdaderas y falsas) e incluso atentados contra sus ciudadanos y sus infraestructuras por todo el mundo. En el siglo XX no ha habido una potencia más influyente que la americana. Y esto ha sido así tanto en las culturas occidentales como en el tercer mundo, en los países “no alineados” e incluso en el bloque soviético.  Su condición de exportador de cultura, tecnología, ciencia e incluso gastronomía conlleva también la de generador de agravios y receptor de ataques. Hoy, además, se trata de agresiones físicas (guerras, terrorismo, etc.) y virtuales (ciberataques masivos y desestabilización social a través de las redes sociales).

Personalmente creo que EEUU, como tantos imperios anteriormente, tiene capacidad de respuesta y supervivencia a estas embestidas. No olvidemos que se trata de la primera potencia económica, tecnológica y militar del planeta. Sin embargo, también considero que una lectura de cómo han caído los grandes imperios de la historia ayuda a adivinar cuáles son las mayores debilidades de un país como USA.

No hay mal que cien años dure… ni imperio que perviva eternamente. Estados Unidos dejará un día de ser la cultura dominante que ha sido en los últimos 120 años y una nueva potencia tomará su relevo. No sabemos cuándo ocurrirá, pero esto se cumple de la misma manera que el fenómeno de la gravedad, la rotación de la Tierra o que sólo comemos turrón en Navidad. Quizá se trate de una transición lenta y durante algún tiempo no esté claro el desenlace. Todo parece apuntar a que el futuro está en Asia-Pacífico, pero hay muchas dudas que despejar antes. En cualquier caso, un elemento se repite en las caídas de los grandes imperios de la historia: el germen del hundimiento siempre está en el interior.

Y para mí ese es el detalle interesante del asalto al Capitolio. Muchos asisten estupefactos al ver cómo un grupo de ciudadanos trata de reventar su valor más preciado. Es como cuando un niño de 2 años recibe un juguete nuevo. Está maravillado con él, pero, para jugar, sólo se le ocurre golpearlo fuertemente contra el suelo. No es consciente de que así le va a durar muy poco. Creo que EEUU (y las democracias occidentales) está golpeando fuertemente contra el suelo su sistema político y económico, sin ser conscientes de que podría acabar rompiéndose.

Por todo ello, entiendo que el incidente del 6 de enero de 2021 es, precisamente, un aviso. Como cuando salta la primera rueda del coche de juguete que el niño está maltratando enérgicamente, o como cuando el bateador que ha hecho 5 home-run seguidos falla una bola fácil y el árbitro le dice: “Strike one”. El bateador no se encuentra bien desde hace un rato, pero sigue golpeando hasta que llega la advertencia y entonces se hace consciente del problema.

Bien es cierto que tarde o temprano, como ya he dicho, habrá un cambio de paradigma.  En algún momento USA dejará de ser la potencia dominante y otra tomará el relevo. Quién sabe, quizá sea mejor, o no. Pero, en cualquier caso, conllevará periodos de dura adaptación para los que es dudoso que estemos preparados.

Sea como sea, el ataque friki de Washington nos recuerda que, también como sociedad, somos vulnerables. Es similar a cuando un achaque de salud nos evoca que algún día nosotros también tendremos que ir al hoyo. Pero, igualmente, que podemos retrasar ese momento si nos cuidamos, si entendemos qué nos causa problemas, qué nos causa prosperidad, y fomentamos lo segundo reduciendo lo primero. Así conseguiremos tener más tiempo para disfrutar en esta vida, antes del fatídico trance que ha de llegar.

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